sábado, febrero 27, 2010

Chopin y Liszt*

[en el bicentenario de Chopin]

Chopin tenía gran facilidad para hacer imitaciones tan fieles al original que, entre sus anécdotas, se cuenta que, un día, copió a Liszt en su manera de vestir, hablar y tocar, con tal exactitud que un ingenuo admirador de provincias que asistía a la representación, al encontrarse unos días después con el auténtico Franz Liszt, le dijo indignado: «¡Ah! ¡No, Chopin, esta vez no me engañará usted!»

[...]

En esa jungla de intereses y envidias que es cualquier profesión, Chopin y Liszt se llevan por entonces de forma ejemplar con mutuo respeto hacia sus respectivas habilidades. Así nace la bonita anécdota que ningún director de cine ha dejado de utilizar al filmar sus biografías.

Era una noche de mayo y los invitados estaban reunidos en el salón de la casa. Liszt tocaba un Nocturno de Chopin, pero, siendo él mismo compositor, no se limitaba a interpretarlo tal y como estaba escrito. Así intercalaba variaciones de todas clases, saliendo y entrando a su capricho de la partitura. Todos estaban admirados de su habilidad... menos Chopin que no podía ocultar su nerviosismo al ver tratar su obra con tanta libertad. Por fin se acercó al piano y dijo:
—Querido amigo, si me haces el honor de tocar algo mío, toca lo que está escrito; sólo Chopin puede corregir Chopin.
Liszt se levantó, un poco molesto.
—De acuerdo. Tócalo tú, entonces.
—Con mucho gusto.

Cuando Chopin se sentaba, una mariposa se acercó al quinqué y se quemó en la llama, apagándolo. Alguien quiso reavivar la llama, pero el músico se opuso.

—Al contrario. Apagad también todas las velas. Me basta la luz de la luna. Debió ser el sueño de todos los melómanos del mundo. Chopin tocando sus obras durante una hora iluminado únicamente por los rayos que entraban por la ventana. Cuando terminó, los presentes se levantaron entusiasmados; el primero fue Liszt, que le dijo, abrazándole:
  —Querido amigo, tenías razón..., las obras de un genio como tú son sagradas, y quien se atreva a corregirlas comete una profanación. Chopin le tranquilizó, Liszt, dijo, era capaz de tocar temas de cualquiera, ya fuere Weber o Beethoven, como nadie, y volvieron a abrazarse entre los aplausos del público. La anécdota corrió por todos los salones de París, y Chopin la repetía con la satisfacción de quien ha ganado una partida difícil. Días después, en el mismo salón donde había ocurrido la pugna anterior, rogó a su amigo que se sentara al piano mientras ordenaba a un criado que apagase todas las luces para que el ambiente fuese más íntimo; esa vez sin siquiera la luz de la luna. Ya a oscuras la sala, y cuando Chopin iba a empezar, Liszt le dijo al oído que le dejara la banqueta; el otro, imaginando que se trataba de una broma, se deslizó silenciosamente hasta la butaca vecina. Entonces Liszt procedió a interpretar todas las composiciones que Chopin había tocado en la velada famosa, y lo hizo con tal pureza que los emocionados asistentes creían que el polaco repetía su concierto anterior. De pronto, se detuvo, prendió una cerilla y encendió las velas que había encima del piano.  Asombro en la sala. ¡Creíamos que era Chopin!, a lo que el bromista contestó, saludando: «Como veis, Liszt puede ser Chopin cuando quiera, pero Chopin, ¿podría ser Liszt?» Nunca se supo, porque Chopin, tal vez por temor, quizá por orgullo, no aceptó el desafío, con lo que la pugna quedó en tablas.
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* Texto tomado del libro George Sand y Frédéric Chopin. Parejas que hicieron historia (1999), de Fernando Díaz-Plaja, Plaza & Janés
En el sitio del diario La Nación se puede encontrar otra versión del mismo relato
http://www.tampicocultural.com.mx/artman/uploads/chopin-liszt.jpg


viernes, febrero 12, 2010

De cronopios melómanos

http://www.otraparte.org/actividades/literatura/img-literatura/cortazar-jazz-2.jpg

[Hoy hace 26 años falleció Julio Cortázar]

Si hay un escritor dedicado a su arte tanto como a la música ese quizá es Cortázar. En efecto su talento narrativo trascendió sus habilidades musicales. Como se sabrá fue un trompetista amateur y un melómano como pocos. Algunas anécdotas señalan que Cortázar además tocó el clarinete y el piano.

En textos como El Perseguidor o en la monumental Rayuela, nos demuestra su enorme sapiencia musical, así como su gusto refinado por el jazz.

Sin embargo, sus conocimientos y gustos musicales no sólo se quedan estancados en el jazz. Cortázar era un genuino conocedor del arte musical, y no sólo del entorno academista clásico, también del contemporáneo. Esto último puede corroborarse con la enorme cantidad de datos musicales que abundan en Rayuela y en otros tantos textos compilados en La Vuelta al Día en Ochenta Mundos.

Para no ir muy lejos, esta vez quisiera señalar un texto que me ha llamado mucho la atención. Se trata del cuento inédito (publicado ahora en Papeles Inesperados) titulado Manuscrito hallado junto a una mano, en el cual Cortázar nos muestra al gran narrador que fue, pero también al gran melómano.

La estructura del cuento está explicada en el mismo título. La historia contada es un manuscrito que (hipotéticamente) es hallado junto a la mano del escritor y nosotros somos los descubridores de ese texto. Desde ahí empieza la complejidad narrativa de Cortázar, la cual nos recuerda a otro cuento célebre, Continuidad de los parques.

Otro aspecto que es de llamar la atención es la enorme cantidad de referencias musicales, en especial a violinistas de alto calibre. Los violinistas que conforman el cuento son, quizá, algunos de los más grandes de todos los tiempos:

Nathan Milstein
Ruggiero Ricci
Isaac Stern
Arthur Grumiaux
Zino Francescatti
Yehudi Menuhin
Ricardo Odnoposoff
Christian Ferras
Ivry Gitlis
Jascha Heifetz
Leonid Kogan
David Oistrakh

Narrarles el cuento y la relación de los violinistas antes mencionados con los hechos de la historia, sería arruinarles toda la sorpresa. En 6 páginas, Cortázar hace gala de su gran capacidad de unificar hechos ficticios con eventos y personajes reales, y luego arrancarnos una sonrisa, el mismo placer que quizá él haya sentido al escuchar a este grupo de violinistas reunidos, con la brevedad, la ironía y el virtuosismo de un Capricho de Paganini.

Nathan Milstein interpreta "Paganiniana"