Para César Rito Salinas
- La que me remueve los sentimientos más profundos. Aquella cuya audición me deja exhausto. Como luego de hacer el amor o escuchar a mi hijo toser sin detenerse. Por horas.
- La que me recuerda mi infancia, cuando mis padres me dormían con música de cámara; la que sin quererlo amanecía silbando.
- La que inequívocamente me hace llorar. Como si escuchara una plegaria o el Sermón de la montaña, o viera a mis hijos correr de la mano. O se me apareciera mi padre ya muerto.
- La que parece elevarse hasta el firmamento. Esa música que semeja un grito desesperado de libertad. Simplemente la alegría de crear por encima de preceptor y cometidos.
- La que me conmueve por mal tocada que esté o por vulgar que sea. Aquella que me obliga a llevarme el trago a la boca, acariciar a una mujer o declararle a un hombre mi cariño.
- Toda la de Mozart.
- Toda la de Bach, que conozco.
- Toda la de Brahms, casi toda la de Schumann y casi toda la de Schubert.
- La de Beethoven, sobre todo aquella que se yergue y destroza los cristales en torno.
- La que tocan Anne-Sophie Mutter, Linda Brava, Chantal Juillet, Akiko Suwanai, Ulrike-Anima Mathé, Leila Josefowicz, Midori y Elisa Lee Koljonen, y que escucho cuando me hartan los violinistas varones, que llega a pasar.
- La que no puede ponerse de fondo, ni en los elevadores o el súper.
- La que se baila en los antros más sórdidos.
- La que inventan los niños al piano o a la tina.
- La que hacen los zapatos de tacón.
- La que hacen las medias de las mujeres al caminar.
- La que hace el aparato de las tortillerías.
- La marcial.
- La del corazón que se escucha en el estetoscopio.
- La de los hielos.
- La inejecutable: esa que pone en rídiculo a los violinistas arrogantes.
- La del himno nacional, porque así me lo inculcó mi abuelo Eucario.
- La del saxofonista que toca tras la puerta de las cantinas.
- La que canta mi hijo de cuatro años.
- La que le llevaría a una mujer a su ventana.
- Toda la que no se toca en las fiestas de las quinceañeras.
- Toda la que no tocan los guitarristas domésticos en las fiestas domésticas.
- La que me cantaba mi madre.
- La de Cri-Crí.
- La Hammerklavier de Beethoven que le escuché a Angélica Morales en un cumpleaños de mi padre, cuando yo frisaría los once o doce años.
- La de los Beatles.
* Tomado de Con los oídos abiertos. Aproximaciones al mundo de la música (2002). Paidós Amateurs.