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miércoles, junio 17, 2009

Cuarteto de genios* (de Alberto Blanco)

a Igor Stravinsky

En mayo de 1922, en París,
justo después de la publicación del Ulises
y medio año antes de la muerte
del autor de En busca del tiempo perdido 

Se encontraron
por única vez, en una cena,
cuatro genios del siglo XX:
Joyce, Proust, Picasso y Stravinsky.

Joyce había leído unas cuantas páginas de Proust
y no había reconocido allí ningún talento.
Proust, por su parte,
nunca había oído hablar de Joyce.

Picasso ocupó la velada
cortejando a las jóvenes presentes
mientras que el aristocrático Stravinsky
no le prestó atención a nadie.

Proust se la pasó lamentándose
de su pobre digestión
y Joyce hizo otro tanto
sobre sus legendarios dolores de cabeza.

Podemos imaginar la lujosa mesa
como un bodegón
-una naturaleza muerta-
de Picasso;

Y la música de fondo
como un cuarteto de cuerdas de Stravinsky
punteando por los largos silencios
de la incómoda conversación.
___________________
*Blanco, A. (2005). Música de cámara instantánea. CONACULTA



 
gracias a Google es bien sabido que hoy es el 127 aniversario del compositor de PetrushkaEl pájaro de fuego y La consagración de la primavera



La Consagración de la Primavera, de I. Stravinsky, interpretada por la Orquesta Sinfónica de Londrés, dirigida por Pierre Boulez

domingo, enero 18, 2009

La Conspiración Dodecafónica* (De Alberto Blanco)

Anton Webern por Kokoschka

a Anton Webern

La música dodecafónica ha resultado ser tan resistente a la aceptación pública, que su muy limitado acceso a las salas de concierto ha dado lugar a una verdadera "leyenda negra". Su versión más reciente resulta punto menos que delirante.

De acuerdo con una historia que ha circulado ampliamente en la Red y que ha sido atribuida a la Associated Press, el compositor austriaco Anton Webern habría sido un espía Nazi que ayudó a robar secretos de la bomba atómica de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Luego de haberse hecho de esta información clasificada y altamente confidencia, Webern procedió —siempre según esta historia apócrifa— a cifrar los datos secretos de sus abstrusas partituras dodecafónicas, convencido de que serían inexpugnables.

Un ex oficial Nazi, viviendo hoy en día en Argentina, habría confirmado recientemente lo que ya sospechaban muchos musicólogos: que Anton Webern y sus colegas (Schoenberg y Alban Berg) practicantes, los tres, de la llamada música "serial", se habían valido de esta técnica endiablada para encapsular mensajes cifrados.

De acuerdo con esta historia fantástica, los compositores vanguardistas, encabezados por Webern, habrían trabajado en conjunción con los diseñadores del "Código Enigma" Nazi, valiéndose de su escabrosa música atonal para transmitir datos científicos de gran importancia estratégica.

De ser cierta esta descabellada historia, se explicaría —por fin— por qué la música dodecafónica, serial, atonal (que para los que pergeñan estas patrañas todo da lo mismo y va en el mismo saco) resulta tan desagradable al oído, y provoca el rechazo casi unánime de los oyentes.

La calumnia llegan tan lejos como para afirmar que Hans Scherbius, un oficial Nazi que trabajó con el Ministerio de la Propaganda, Joseph Goebbels, admitió a la edad de 87 años que los Nazis Habían estado siempre, y de manera secreta, detrás de las técnicas de composición dodecafónica.

El hecho de que el régimen Nazi haya considerado a la música dodecafónica oficialmente como "arte degenerado", no tenía otro propósito que el de alejarla de toda sospecha de patrocinio oficial. Si la música de Webern quedaba fuera del canon, las escuelas, las temporadas de conciertos, y aun de las leyes, sería una prueba fehaciente de que no contaba con el apoyo Nazi.

Más aún: se supone que el físico Edward Teller tenía un gran piano Steinway en su departamento del laboratorio Los Alamos, Nuevo México, mediante el cual se transmitían los secretos de Werner Heisenberg en el campo de la energía atómica al espía alemán Klaus Fuchs, que trabajaba por ese entonces en el "Proyecto Mahattan" para hacer la primera bomba atómica. Fuchs asistía a las fiestas que organizaba Teller para promocionar la música de Webern.

A manera de prueba, Scherbius mostró a los reporteros de la Associated Press la partitura Opus 30 de Webern, las "Variaciones para orquesta", sobre un patrón informático, donde se veía claramente que las notas formaban una red matemática... ¡done se describían las radiaciones de neutrones de los isótopos 235 y 238 del Uranio!

Arnold Schoenberg (¡un judío-alemán que tuvo que huir de Alemania perseguido por los Nazis!) habría respondido a su vez con una serie de canciones para soprano y alientos donde se codificaba la manera de trabajar con el iniciador de Berilio y Polonio que habría de resultar crucial en la detonación de la bomba atómica en Trinity Site.

Anton Webern, de 62 años, murió "por un lamentable error" de un soldado norteamericano en Mittersill, Austria, que le disparó al compositor una noche en que, contraviniendo el toque de queda, salió a la calle solo a fumarse un inocente cigarrillo, a una semana escasa del armisticio europeo de la Segunda Guerra Mundial.

*Blanco, A. (2005). Música de Cámara Instantánea. México: CONACULTA.

Variaciones para orquesta Op. 30, interpretadas por la Orquesta Filarmónica de Berlín dirigida por Pierre Boulez [a ver quién descifra el código enigma]

sábado, julio 21, 2007

Dos noticias (ficticias) de un encuentro (inventado)

Un periodista entrevistando a John Cage, le dice, quizás tratando de adularlo, que a veces los círculos musicales comentan que tras su visita a Darmstadt, su obra se había convertido en una influencia para Stockhausen.

A ello el compositor responde «No, yo creo que la gente sabe perfectamente bien lo que les interesa. Y alguna vez Karlheinz y yo hablamos e intercambiamos ideas. ¿Conoces la historia del silbido?»

«No, no creo», confiesa el periodista.

J.C. «Bueno, él había escrito una canción para Cathy Berberian, a quien yo también compuse algunas obras. En mi visita a Darmstadt me hizo la siguiente pregunta: “si estuvieras escribiendo para una cantante, ¿escribirías música, o escribirías para la cantante?” Y yo contesté, naturalmente: “Escribiría para la cantante”, a lo cual replicó: “bueno, esa es la diferencia entre tú y yo, porque yo escribiría música” Así que escribió la canción para Cathy, donde le pedía que silbara. Ella no podía silbar. Así que esa es la diferencia entre nosotros dos».

/Risas/

[al mismo tiempo, pero del otro lado del Atlántico]

Como en raras ocasiones, Karlheinz permitió ser entrevistado. El periodista, que temblaba un poco, preguntó la opinión que tenía de los compositores norteamericanos, en especial de aquel defensor de la indeterminación y el azar en la música, John Cage.

Karlheinz casi siempre reacio a preguntas directas, dice lo siguiente «¿Conoce usted aquella anécdota de Cathy Berberian y una canción que compuse para ella?».

/El periodista niega con la cabeza/

K.S. «Bueno, sucedió, si mal no recuerdo, de esta manera. Yo sabía de Cathy por Luciano [Berio], en esos momentos estaban de visita en Darmstadt. Eran buenas épocas, a finales de los 50, cuando asistían a dar seminarios Boulez, Ligeti, Kagel, y muchos otros; yo mismo impartí varias conferencias de música electroacústica y los avances que hasta esa época fueron tan determinantes para nosotros. Cage también estaba en Alemania, y todos sabíamos del gran potencial de la voz de Cathy. Así que decidí escribirle una canción, una en la que luciera su voz sin acompañamientos. Alguna vez me encontré con John Cage, y le hice una simple pregunta: “si estuvieras escribiendo para una cantante, ¿escribirías música, o escribirías para la cantante?”; él dijo que escribiría para la cantante, y de alguna manera intuía su respuesta, ya que era común que escribiera música para intérpretes determinados, como las composiciones que hizo para Joan La Barbara. Y claro, yo respondí: “bueno, esa es la diferencia entre tú y yo, porque yo escribiría música”. Después me enteré que Cathy no podía silbar, y la obra exigía que silbara. Creo que John ahora se mofa de eso, y va contando esa anécdota a todos lados. Tan fácil que era simplemente darle un silbato… ».

«¿Y qué opina de… de… de John Cage?», tartamudea el periodista, quien no logra interpretar la respuesta anterior.

/Karlheinz lo mira fijamente. Se levanta de su asiento/

[La entrevista ha concluido]

jueves, diciembre 28, 2006

Los Apocalípticos e Integrados en el Arte de Vanguardia

Por Luis Álvarez Azcárraga

“En gustos se rompen tímpanos”

Si bien en el arte siempre han existido paralelismos singulares con respecto a las diferentes disciplinas que lo componen, tal vez no haya habido jamás tantas “coincidencias” como ocurrió en la época de las vanguardias y los “ismos”, durante el periodo de entreguerras y posguerra. Ésta, claro, no es una coincidencia. La interdisciplinariedad en las artes fue un hecho que se repitió en múltiples ocasiones.
Si nos remontamos históricamente, podremos sugerir diversos ejemplos. Tal vez uno de los más representativos fue aquel que se originó durante el siglo XIX en París, específicamente en el Romanticismo. Las tertulias que organizaba la crema innata de la clase artística parisina se caracterizaba por las innumerables personalidades de todas las disciplinas del arte. Imaginen la escena: reunidos alrededor del piano que sabiamente Chopin invocaba, Víctor Hugo, George Sand, Eugene Delacroix, Alejandro Dumas, Alfred de Musset, Franz Liszt, etc., regodeándose ante el infinito placer de saberse el centro del universo de las artes en aquel entonces[1].
Sin embargo, durante los movimientos vanguardistas de la primera mitad del siglo XX, más que meras coincidencias estilísticas o reuniones snobistas, los artistas conformaron agrupaciones que sobrepasaron cualquier influjo banal o circunstancial. Basta con señalar ciertos “ismos” y sus respectivos colaboradores: Expresionismo alemán (Kirchner, Heckel, Kandinsky, Kokoschka, en la pintura; Schoenberg, Berg, Webern, en la música); Ultraísmo y Generación del 27 (García Lorca, André Bretón, en la literatura; Manuel de Falla, Rodolfo Halffter en la música); Estridentismo (Manuel Maples Arce, en la literatura; Silvestre Revueltas en la música); Expresionismo norteamericano o Posdadaísmo (Jackson Pollock y Mark Rothko, en la pintura; Frank O’hara, Samuel Becket, en la literatura; John Cage, Morton Feldman, en la música).
Las asociaciones artísticas que se gestaron en el siglo XX no sólo representan el desvarío y descomposición social que provocaron las diversas revueltas sociales y armadas en casi todos los países de occidente; no hay que excluir la ruptura que significó la vanguardia con el arte decimonónico. La crisis del romántico, asociada a la aristocracia; y el auge de los nuevos avances tecnológicos, fueron fundamentales para la brecha del arte en aquellos días.
La mayoría de los compositores posrománticos mantuvieron estrechas relaciones con sus coetáneos de las artes plásticas. No fue coincidencia que cuando Schoenberg comenzara a relacionarse con el grupo expresionista Die Brücke, su estilística virara irreconciliablemente hacia este movimiento artístico, “...la presentación de una expresión interna en forma externa y visible”[2]. En la escuela norteamericana, Morton Feldman, seguidor de John Cage, se sintió profundamente influenciado por todos sus colegas, pero ninguno lo impresionó tanto como el célebre Jackson Pollock.
Las influencias que tuvo Kandinsky en su obra, son fundamentalmente musicales. Conocido por su sinestesia (trastorno de la percepción en el que un sentido evoca a otro, en especial el oído a la vista, y viceversa), Kandinsky quedó impactado con el mundo cromático que se le presentó ante una presentación del Lohengrin de Wagner: “los violines, los contrabajos, y muy especialmente los instrumentos de viento personificaban entonces para mí toda la fuerza de las horas del crepúsculo. Mentalmente veía todos mis colores, los tenía ante mis ojos”[3]. Posteriormente Kandinsky (él mismo se consideraba un músico frustrado) llenaría el lienzo de la más intensa gama de colores, haciendo evidentes alusiones a la música; tan sólo remitir a algunos de sus títulos: Improvisación, Composición, etc.
Las influencias de Jackson Pollock con sus colegas músicos no son tan evidentes, sin embargo no hay que ir muy lejos para encontrar amplias relaciones de éste con algunos compositores, en especial John Cage, Morton Feldman, en Estados Unidos; y Anton Webern, del otro lado del Atlántico. El poeta Frank O’hara comentaría al respecto: “…si hacemos una analogía entre ciertas pinturas en “allover” de Jackson Pollock y la técnica serial de Webern, descubrimos que una obra clarifica a la otra —una pintura que parece automática comienza a verse tan astutamente controlada por la sensibilidad de Pollock en su ensamblaje de los detalles hacia una experiencia unificada como los son ciertas piezas seriales de Webern”—.[4]
El influjo de la poesía y la pintura en los nuevos rumbos de la música de vanguardia; la intensa búsqueda de nuevos caminos que reivindicaran la relación hombre-arte; el empuje de las nuevas teorías y técnicas en todos las disciplinas humanas; la abnegada y sutil dialéctica, que a fin de cuentas, es el designio ineludible del “progreso”. Estos y otros hitos “insoslayables” marcaron en gran medida el desarrollo de la música, que rápidamente se diversificaba en canales que nunca más recorrerían el mismo cause.
En palabras del musicólogo Harold C. Schonberg: “La música se convirtió en una forma cada vez más difícil y complicada. Los instrumentos y la voz humana eran utilizados de un modo sin precedentes, y se obtuvieron sonidos nuevos. Se amplió la técnica, de modo que pudieron ejecutarse los acordes con instrumentos antes monódicos como la flauta y el oboe. Los compositores estaban fascinados ante la extrema amplitud de la gama de instrumentos y de la voz humana. Se exigía de los cantantes que produjeran sonidos sobrecogedores en regiones que sobrepasaban de lejos el pentagrama. Se pidió a los cellistas que golpeasen sus instrumentos con los nudillos. A los pianistas se les exigió que explorasen el interior de la caja de resonancia. Se desarrollaron nuevas técnicas de percusión. Y también fue necesario inventar nuevas notaciones”.[5]
Muchos músicos y académicos, escudados en su erudición, no ocultaron su enorme rechazo por los nuevos movimientos vanguardistas. La música, durante la primera mitad del siglo XX, estaba abanderada por dos corrientes contrapuestas. Mientras compositores como Rachmaninov, Sibelius, Joaquín Rodrigo, Vaughan Williams, etc., se regían por los lineamientos tonales tradicionales; Schoenberg y sus seguidores, lideraban la senda que Stravinsky propuso, con el neoclasicismo, ahora dodecafonismo, y las técnicas vanguardistas paralelas al expresionismo. Esta nueva tendencia, vista como “rara”, inaudible, condenada al fracaso, tuvo en Pablo Casals, amigo del propio Schoenberg, a uno de sus máximos detractores. Furtwängler, director de la Orquesta Filarmónica de Berlín durante el Tercer Reich, expuso que la música contemporánea “tiene su público, bastante limitado en número, es cierto, pero apasionadamente convencido”, acerca de lo cual comentó Casals: “Es una pasión artificial puesto que en tal música rara vez hay algo que entender. Sus adeptos forman una minoría y tampoco comprenden nada”.[6]
La posición conservadora no fue la única que contradijo los postulados serialistas de Schoenberg, Webern, Alban Berg, y posteriormente Oliver Messiaen y Pierre Boulez. John Cage y su escuela se opusieron a toda esta música organizada. Cage representó el dadaísmo en música. Fue el apóstol de la indeterminación en contraposición a las complicaciones matemáticas de la construcción serial. Cage intentó evitar todas las formas de control racional sobre la música. Componía obras basadas en las tiradas de dados, en las manchas del papel, o en un mapa celeste, o en el I Ching. En una obra como Imaginary Landscapes incluyó doce receptores de radio que ejecutaban simultáneamente diferentes programas. En su famosa pieza 4’33”, se imponía al pianista (el estreno, en 1952, estuvo a cargo de David Tudor) que permaneciese sentado en silencio frente al tablero durante cuatro minutos treinta y tres segundos. (El estreno causó una conmoción similar al estreno de La Consagración de la Primavera de Stravinsky). La idea era que el público percibiese todos los ruidos extraños que llegaban al salón, el latido de su propio torrente sanguíneo, todo lo que podía considerarse la “música” de la pieza. Los admiradores de Cage insistían en el que él había liberado a la música. Sus detractores, entre ellos muchos serialistas, decían que sus teorías eran insensatas.[7]
En palabras de Morton Feldman: “Si uno aún siente que la tradición musical de Bach y de Beethoven (y a esto se reduce nuestra tradición musical) tiene una cualidad divina e insuperable, entonces —claro está— lo que algunos colegas y yo hacemos nunca podrá ser aceptado en sus propios términos. El error de los tradicionalistas radica en tomar de la historia lo que necesitan, sin darse cuenta de que Byrd sin el catolicismo, Bach sin el protestantismo y Beethoven sin el ideal napoleónico, serían figuras menores”.[8] ¿Qué sería entonces de los vanguardistas sin el ideal de libertad que se gestó durante y después de las grandes guerras?, ¿escucharíamos de la misma forma a un Messiaen que cautivó al mundo con el estreno del Cuarteto del Fin de los Tiempos en un campo de concentración?, ¿o le prestaríamos la misma atención a los compositores rusos y alemanes exiliados de sus respectivas patrias? Lo que Morton Feldman alude es casi exclusivo al arte norteamericano, que si bien está lejos de ser manierista, como lo fue el serialismo, es per se, una vanguardia nacida de la posguerra; y aunque haya transgredido de forma irreconciliable los parámetros tradicionales y seriales, esto no la hace totalmente independiente. Lo que une a las antípodas es que siempre serán equidistantes.
Más allá de cualquier oposición estética, los compositores de vanguardia lograron atravesar todas las barreras auditivas que parecían infranqueables en los términos tradicionales. De acuerdo al compositor Milton Babbitt: La divergencia sin precedente entre la música seria contemporánea y sus oyentes, por un lado, y la música tradicional y sus seguidores por el otro, no es accidental y probablemente, tampoco transitoria. Más bien es el resultado de medio siglo de revolución en el pensamiento musical, una revolución cuya naturaleza y consecuencias se pueden comparar solamente, y en muchos aspectos de cerca, con la revolución de mediados del siglo XIX en la física teórica. El efecto inmediato y profundo ha sido la creación de una necesidad en el músico instruido de reexaminar y poner a prueba los mismos fundamentos de su arte. Lo han obligado a reconocer la verdadera posibilidad y la vigencia de alternativas que alguna vez fueron reconocidas como absolutos musicales. [9]
Tal suerte es visiblemente acentuada en los compositores posteriores a la escuela serialista de Webern y a la escuela erigida por John Cage. Compositores como György Ligeti, Karlheinz Stockhausen, Iannis Xenakis, Oliver Messiaen, Arvo Pärt, Frederick Rzewski, entre otros; no solamente fueron parte de una nueva generación, sino que atenuaron cualquier antagonismo en bien del arte. Una creciente amalgama de vanguardias se hizo vigente, y a la par, nuevas tecnologías promovían el auge de un progresivo fenómeno: la música electroacústica o música electrónica. Pierre Schaeffer, el inventor de la Música Concreta, fue el primer compositor en utilizar y manipular el registro sonoro, en 1948; poco tiempo después, en Colonia, la música electrónica se comenzó a grabar en cintas.[10]
Sin duda no sólo fue la música en donde la afrenta, que luego fue tregua, se fue consolidando en una síntesis de las diversas vanguardias y visiones estilísticas contrapuestas. Es evidente, en el caso de la pintura, que la cosmovisión actual dista mucho de ser purista, o de seguir una sola escuela. Pintores e ilustradores contemporáneos, como Michael Sowa o Quint Buchholz, hacen reminiscencias muy notorias al surrealismo figurativo de René Magritte, pero haciendo también alusiones a las tendencias hiperrealistas.
Actualmente vivimos en lo que pareciera un cálido remanso de conciliación paradigmática en el arte. Podemos escuchar a Brahms y a Wagner, y después a Nancarrow y Aaron Compland, sin que nadie tenga que persignarse. Podemos recorrer una galería de arte donde conviven pacíficamente Jaques-Louis David, Goya, Dalí, Miró, Pollock y hasta el Pop Art. Si termino de leer Azul de Rubén Darío y comienzo a Apollinaire o el Altazor de Huidobro, nadie me podría acusar por herejía. Pero si acaso esta es la visión actual, tal vez sólo sea un efímero descanso; la tregua antes de la batalla final; el verdadero descalabro y desacierto de la civilización posmoderna que llevará al arte a sus últimas manifestaciones. Yo por lo menos reservo mi asiento en primera fila. No sin antes recordar un pasaje que Cortázar nos regala en Rayuela: “…—Lo del progreso en el arte son tonterías archisabidas —dijo Etienne—. Pero en el jazz como en cualquier arte siempre hay un montón de chantajistas. Una cosa es la música. Dolor paterno en fa sostenido, carcajada sarcástica en amarillo, violeta y negro. No, hijo, el arte empieza más acá o más allá, pero no es nunca eso”.[11]

[1] Díaz-Plaja, F. (1999). Parejas que hicieron historia: George Sand y Fréderic Chopin. Plaza Janés: España
[2] Schonberg, H.C. (1979). Los Grandes Compositores. Javier Vergara Editor: Buenos Aires
[3] Pérez Navarro, D. (2004). Filomusica. Revista de Música Culta. No. 48. Escucho Los Colores. Veo La Música: Sinestesias. El Compositor Sinestésico: Olivier Messiaen.
[4] O’Hara, F. (2005). Pauta. Cuadernos de Teoría y Crítica Musical No. 94, Abril-Junio 2005. Nuevas Direcciones en Música: Morton Feldman.
[5] Schonberg, H.C. (1979). Los Grandes Compositores. Javier Vergara Editor: Buenos Aires
[6] Prieto, C. (1998). Las Aventuras de un Violonchelo. Fondo de Cultura Económica: México
[7] Schonberg, H.C. (1979). Los Grandes Compositores. Javier Vergara Editor: Buenos Aires
[8] Feldman, M. (2005). Pauta. Cuadernos de Teoría y Crítica Musical No. 94, Abril-Junio 2005. Una Vida sin Bach ni Beethoven.
[9] Babbitt, M. (1968) “¿A quién le importa si usted escucha?” Reproducido y traducido en Gilbert Chase, ed. The American Composer Speaks
[10] Sosa, R (2004). Pauta. Cuadernos de Teoría y Crítica Musical No. 90, Abril-Junio 2004. Nuevas Poéticas Electroacústicas.
[11] Cortázar, J. (2005). Rayuela. Punto de Lectura: México.

lunes, diciembre 26, 2005

Sobre la música y sus vicios

Al hablar de música es muy común preguntarse en qué nivel musical nos encontramos, o cuáles son los progresos actuales en música. Es una pregunta muy difícil de contestar porque hace años que la cuestión hace alusión a muchas contradicciones estéticas, que a la hora de evaluar el arte entran a escena con una serie de líneas paradigmáticas difíciles de evidenciar como verdaderas; a mi parecer todas merecen el beneficio de la duda, ya que como todo ámbito humano, son tan subjetivas como ambiguas.

La música actual, como cualquier tipo de arte, se encuentra invadida por la corriente minimalista (en la actualidad llegamos a escuchar hasta Rock minimalista). Al parecer el progreso no es lo primordial en estos momentos, ya que como muchos percatamos, la época de sucesos musicales de gran valía fue la que le sucedió a las Grandes Guerras, e incluso a la Guerra Fría, cuando compositores como Stockhausen, Boulez o Ligeti entraron a escena con sus aportaciones ininteligibles en el repertorio atonal, electrónico y polirítmico, claro está, cada uno en su faceta distintiva.

No sé que tan imprescindible sea precisar tantos datos, porque primero habría que hacer un análisis demasiado elaborado, sobre todo de las obras de los compositores contemporáneos, para corroborar sus aportaciones a la música. Es una tarea ardua, e implicaría un estudio totalmente interdisciplinario, porque supongamos que logre hacer un análisis armónico de obras de cierto periodo, pero esa es tan sólo una pequeña faceta que avala el progreso de las obras; recordemos que la estética musical se mide en parámetros que no están sujetos a reglas tan rígidas. La mayoría de las críticas musicales se hacen bajo un criterio muy personal, pero sin embargo debe estar muy concientizado ya que lo que se diga repercutirá de alguna manera en el ámbito académico. En la música sucede como en la llamada "cultura mediática", se suelen utilizar terminos demasiado peyorativos, o como los llamaría Umberto Eco: "conceptos fetiche" (el "Easy Listening" designado por los Franckfurtianos es un concepto fetiche, así como "Razón Instrumental"), que no necesariamente representan a un sector, o que son tan ambiguos que pueden dañar de manera irrevocable a un autor o intérprete. Somos muchos los que de manera indiscriminada hacemos críticas de interpretaciones, composiciones, sin percatarnos que tal vez no estemos siendo justos en los juicios emitidos.

Bueno, por el momento es todo, tal vez después realice otro pequeño comentario sobre algún tema en particular.